dimarts, 12 d’abril del 2016

APUNTES DE CUATRO LUNAS Y TRES CONCIERTOS


Para Joan Isaac
y Antoni Olaf-Sabater

Tinc quatre llunes al pit,
com dolls de llum i tenebres,
la de la vida, la del desig,
la dels meus dubtes, la de l'oblit.

Tinc quatre llunes, tinc quatre llunes,
tinc quatre llunes al pit.

Siempre huidiza, la carta de La Luna, arcano XVIII del Tarot me perturbaba cada vez que se me aparecía. Su significado más profundo siempre se me volvía esquivo. Una ligera sombra de temor para asomarse a eso que con frecuencia nos anida dentro del pecho pero que no nos atrevemos a reconocer. Una sola luna sería suficiente, diríamos, para qué más. Sin embargo, el día del primer concierto íntimo en Quito, la canción “Quatre llunas” (Cuatro lunas) comenzó a entregarme sus claves ya desde antes de ser interpretada y escuchada. En ese primer encuentro con Joan Isaac después de años en la librería Rayuela para sostener una pequeña conversación pública me emocionó enormemente mirarlo, abrazarlo y sentir su calidez no solo para conmigo, sino para con nuestro país y con nuestra gente. Como dije: viajar tan lejos, a un país lejano, pequeño, casi desconocido hasta hace tan poco tiempo. Y venir a cantarnos sus canciones, en su idioma, la bandera de defensa de una cultura rica, como todas, pero como algunas en el mundo vilipendiada por las triquiñuelas de los poderes que van creando fantasmas en donde no hay para sostenerse, humillar y pretender uniformar lo que no se puede, como es la variedad de seres y sentires que anidan en el alma de las personas y los pueblos.

La de la vida em sorprèn,
cada matí quan m'aixeco,
volo i m'eleva al seu capritx,
o em deixa caure com fulla de nit.

Ya durante ese mismo primer concierto íntimo en ese entrañable y querido espacio de “La Estación” tuvimos pequeñas sorpresas. Qué sabía yo que Joan iba a traer de paseo también a un duendecillo travieso, amante de la música de los Beatles, conocedor como poco de los boleros, apasionado por México, divertido y feliz de estar vivo, que no es más. Su pianista, Antoni Olaf-Sabater resultó el compañero ideal para todos los encuentros musicales que el cantautor tuvo en nuestro país. Su arte en el piano, inigualable. Su alegría, contagiosa. Su creatividad y su presencia en el escenario, magistrales. Y así también él nos  llevó de paseo por las inolvidables letras y las canciones en sí de Joan Isaac.

La del desig, roig intens,
com pleniluni al solstici,
calma i tempesta, fuig i m'espera.
En els seus braços, em sento captiu.

El deseo era que el tiempo se detuviera. O bueno, que se demorara un poquito más en pasar. Sobre todo en el gran final, en el escenario del auditorio del Centro Cultural de la Universidad Católica de Quito. Que a las canciones les brotara aunque sea media estrofita más. El espectáculo tuvo una apertura impecable, a cargo de uno de nuestros cantautores: Fabián Jarrín. Sus canciones, cercanas en el tiempo y en el espacio hablaron ya de nuestras calles, de nuestra vida, de infancias compartidas y de caminos conocidos. Excelente preludio para lo que vendría después.

A la dels dubtes, hi tinc un mar de por i miratges.
Lluna en eclipsi, lluna traïdora,
quan m'hi passejo, no em deixa dormir.

Las canciones de Joan Isaac combinan siempre dos elementos importantes: por un lado, una visión personal de la vida, una historia, un momento, una imagen que parecería estar aislada y haber tocado solamente el corazón de su autor para que de allí brotara el poema. Pero una vez que brota, esa misma emoción personal se vuelve universal. Y entonces su parte del concierto comienza por un tango que nos cuenta todo aquello que quisiéramos hacer los bien portados del mundo, pero que no nos atrevemos por cualquier tipo de represión, sobre todo interna. La presencia de la sombra junguiana, que no por reprimida deja de estar ahí, haciéndonos saber que existe, y que en cualquier descuido se nos manifestará de cualquier forma.
Más adelante, vienen las historias conocidas. Con su pausada voz, Joan Isaac explica las canciones en castellano antes de interpretarlas en su propia lengua: la muchacha que llamó a una tertulia de televisión para contar aquel dramático hecho, de que alguna vez en su vida su sueño fue llegar a pesar cero. La novia del mártir de la dictadura que desde la sombra todavía guarda y nos hace guardar en el corazón aquel dolor y rabia ante las injusticias del mundo. El anacoreta que se dejó morir de pena ante el desastre ecológico. Todos, de alguna manera, son Joan Isaac: sus miedos, sus amores, sus temores, sus dolores, sus rebeldías y sus rabias. Todos, de alguna manera, son también nosotros, por eso en el escenario reina un silencio roto tan solo por los aplausos y las exclamaciones al final de cada interpretación. Como todo gran artista, Joan Isaac no solamente ha dicho su canción, no solamente se ha dicho en medio de música y poesía. También nos ha dicho, y la emoción va en aumento detrás de cada inevitable identificación, como la que se da después de escuchar su afirmación de que tal vez el amor más grande es el que se tiene a los hijos, y la canción subsiguiente, que dice verdades como catedrales: “Breve canción de amor para dos hijas”.

Rius de records penedits
solquen la lluna darrera.
Sota la pluja fina del temps,
es desdibuixa la vida sencera.

La felicidad es fugaz. El abrazo del reencuentro algún momento se tiene que acabar, y el de la despedida también, por más que duela. Las canciones, por largas que sean, llegan a un término. Margalida, Manfred, Alicia, las hijas y los hijos viven los tres a cinco minutos de intensidad y el aplauso es el momento de éxtasis agridulce que les pone fin. Aunque sea esa ovación de pie en la que la emoción se desborda de los ojos del mismo interprete, y todos lo vemos y lo compartimos. Sabemos, sé, que detrás de esas lágrimas incontenibles hay mucho más que la momentánea emoción del logro y el reconocimiento. También hay dolor, porque ha sido hermoso, y como todo lo hermoso tiene un término y un plazo. Al otro día vendrán los transportes rápidos, los apresurados abrazos frente a las puertas de embarque, los controles, las maletas, los aviones, el mirar desde el aire cómo se va quedando abajo y atrás la tierra en donde por breves días hemos sido felices y nos han querido tanto. Y la incertidumbre de volver alguna vez, aunque el deseo de hacerlo sea lo más cierto del mundo.

De la cinquena, no se'n sap res,
la lluna dels meus secrets.

¿Qué te llevaste, querido Joan Isaac, en esa luna de tus secretos?
A mí me dejaste muchas cosas de las que hablar ahorita me pone un leve peso en el corazón y me anuda suavemente la garganta. La magia de tus palabras y de tu música presentes en los discos y las grabaciones que no permiten olvidarte. Pero aunque todo eso no existiera, igual no se te olvidaría, porque el cariño que has traído para mi país es un regalo imperecedero. Porque tus palabras y tu música hablan de nosotros, de nuestro miedo a la destrucción planetaria, del angustiado amor por por nuestros hijos e hijas, de la indignación ante la injusticia y la venganza sin sentido. Y porque detrás de esas cuatro lunas que –te lo dije – me matan cada vez que las escucho, vislumbro por fin el sentido verdadero de la imaginación y la locura, de la profundidad y la esperanza, de mi feminidad y de mi ser anidando escondidos en el arcano XVIII del tarot, revelación por fin traída de tu mano. Y por eso van para ti mi gratitud y mi cariño totales por tu arte, por tu amor para este paisito y su gente, y por todo lo que tú eres y sabes hacer para un mundo que necesita cada día más gente como tú. Como ustedes, diríamos, también, Antoni Olaf-Sabater.


Lucrecia Maldonado

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